Vomitar es muy fácil. Basta con desear deshacerte de algo, ya lo estás vomitando casi sin darte cuenta. La decisión misma ya es un vómito. Recuerdo, por ejemplo, a un hombre que deseó dejar de pensar y cuando se levantó una mañana descubrió que había vomitado su cerebro. También el joven que quiso dejar de amar, pero no a nadie en concreto, una vez, sino a todos sus amores, siempre; y comenzó a vomitar una noche y no paró ya hasta ver esparcido su corazón sobre la hierba.Me viene a la memoria también la pintora atormentada por sus fracasos; creyendo imposible ya el éxito, vomitó todo su talento el mismo día que el reconocimiento llamaba a su puerta. Y el gnomo del valle verde, que vomitó caramelo y luz de hada, harto ya de tanto unicornio y tanta fantasía. Pero quizás el caso más claro, y también el que más me ha impresionado, es el de la niña que llego a vomitarse a sí misma; harta de ser, de pensar, de amar, de fracasar, de soñar, de vivir, de crecer…
Vomitar es muy fácil, como ves. Lo difícil es llenarse de uno mismo y confiar en su propia esencia. Es algo que sólo está al alcance de pocos, de muy pocos...
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